lunes, 4 de febrero de 2019

Fulgencio Argüelles, El palacio azul de los ingenieros belgas


Biografía
Nacido en la aldea allerana de Orillés (en asturiano y oficialmente, Uriés), estudió Psicología en las universidades de Comillas y Complutense de Madrid, especializándose en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Después de una larga estancia en Madrid, en 1997 regresó a Asturias para residir en Cenera (Mieres), el lugar donde había pasado su infancia y su juventud.
Antes de la publicación de su primera novela recibió varios premios por sus relatos cortos, tanto en castellano (Aller, Guardo o Internacional de Meres) como en asturiano (Carreño, Lena o Bilordios de Pinón).
Ha publicado las novelas Letanías de lluviaPremio Azorín de 1992; Los clamores de la tierraRecuerdos de algún vivirPremio Principado de Asturias 2000 concedido por la Fundación Dolores Medio,​ y El Palacio azul de los ingenieros belgasPremio Café Gijón 2003.​ También ha publicado los libros de relatos Del color de la nada y Seronda, este último en asturiano y en colaboración con el pintor asturiano J. Enrique Maojo.
Escribe habitualmente artículos de opinión, así como críticas literarias en el diario El Comercio, donde mantiene una sección fija denominada "Libros de siempre jamás". Por estos artículos le fue concedido el Premio de la Crítica que concede la Asociación de Escritores de Asturias (AEA) al columnismo literario en 2012 (Wikipedia)
Reseña de El País
J. Ernesto Ayala-Dip
El palacio azul de los ingenieros belgas transcurre entre el año 1927, en plena dictadura del general Primo de Rivera, y 1934, durante los trágicos sucesos de octubre en las minas asturianas. Nalo encuentra un empleo, después de morir su padre, como ayudante de jardinería en las dependencias de un palacio donde viven una familia de belgas, dueños y jefes a la vez de industrias de la zona. Poco después muere también su madre, reduciéndose su familia a una hermana, Lucía, un poco mayor que él, y sus abuelos, Cosme y Angustias. La vida de Nalo se va transformando. Influyen en su formación su hermana, que lo adentra en los misterios del cuerpo y la poesía, los consejos y las enseñanzas enciclopédicas de Eneka, el jefe jardinero del palacio azul, que lo introduce en los misterios del mundo. Completan el elenco del magisterio, la aya Julia, las mujeres e hijas de los ingenieros, mujeres todas, incluida su hermana, como concebidas para la educación estrictamente de los placeres sensuales de Nalo. Así queda constituido, desde el relato del protagonista, este universo cerrado de felicidad y despertar a la vida, mientras a espaldas de la cotidianidad, se van cerniendo los más negros nubarrones de la intolerancia sobre las esperanzas de los pobres y los ilustrados.
El modelo narrativo que emplea Argüelles tiene que ver con una especie de realismo poético. Las circunstancias suceden y se describen pero la recepción que el lector hace de ellas están como tamizadas por una atmósfera de irrealidad y ensueño. No es casual que Nalo defienda una teoría muy a tono con la novela: en un momento caben, a veces, varios momentos. Para Nalo la realidad verdadera es esa lucha subterránea (citando a Torga, el autor que Argüelles utiliza como uno de los epígrafes) entre lo esencial y lo circunstancial; un momento es algo concreto, cuando lo conforman varios, es lo esencial, lo que da sentido a la vida, lo que vale la pena conocer. No hay ninguna duda de que la novela de Argüelles es una novela de formación, incluso lo es en el sentido en que únicamente lo concibe Bakhtin, como no sólo de la absorción de lo ignorado, de lo secreto, sino también de la concienciación del desarrollo histórico del mundo. La herencia victoriana es evidente. Nalo es sujeto pasivo en un aprendizaje crucial: el de la sensualidad. Y lo es porque el pobre escalafón que ocupa en la sociedad lo aparta del intercambio igualitario del sexo.
Para terminar voy a referirme a la única fisura que encuentro en esta espléndida e intensa novela. Nunca el lector sabe exactamente desde dónde y desde qué perspectiva de tiempo Nalo narra su experiencia. Probablemente pueda intuirlos, pero hubiera sido mucho mejor para redondear absolutamente el pathos de esta historia tan brillantemente trabajada en la forma y la expresión, que el lector pudiera imaginarse al lado del héroe en un suelo más definido. Una novela es lo que se mira, pero no es menos importante desde dónde y cuándo 
Reseña de Revista de Libros
Ana Rodríguez Fisher
En El palacio azul de los ingenieros belgas (Premio de Novela Café Gijón 2003), Argüelles vuelve a situarnos en un pequeño pueblo minero de Asturias donde vive el joven Nalo, narrador y testigo de una serie de sucesos y hechos que, situados en el plano de la historia –el presente narrativo abarca desde la dictadura primorriverista a la huelga o revolución de octubre de 1934–, o bien únicamente ceñidos al cotidiano vivir, a la concreta existencia, al pequeño núcleo familiar y amistoso que rodea al joven, devienen en cadena de aprendizajes, genuino proceso de formación de la conciencia del adolescente, que en ese período afronta diversos ritos de paso.
La novela se abre con la dramática muerte del padre de Nalo, entibador en la mina de carbón, hecho que da lugar a una amplia escena –duelo, velatorio y entierro– en la que vemos reunidos a los principales personajes que componen el estrecho círculo del joven: la madre, que «usaba las palabras como si fueran una herramienta de ataque»; el abuelo Cosme, muchos años pegado a sus botellas de anís y aferrado a un silencio que no era «tranquilo y perfecto porque estaba como ansioso y vacío de toda esperanza»; la abuela Angustias, que siempre hablaba de verdad porque lo hacía desde el refranero de su alma; Lucía, la hermana mayor, que a consecuencia de su afición a la poesía hablaba de una forma extraña, «adornando los pensamientos con metáforas y músicas»; o el primo Alipio, que será un destacado militante anarquista.
A ellos se suman, en el desarrollo de la historia, los personajes que habitan o pertenecen a ese singular topos que es el palacio azul –los ingenieros belgas y sus familias, más la servidumbre–, donde al poco empieza a trabajar Nalo como aprendiz del jardinero Eneka –personaje destacado que hablaba con expresión «tan limpia y primitiva que a mí me recordó la imagen de una lámpara alumbrando en la noche cuando cae la nieve»– o el herrero ruso Basilio –que «hablaba como si estuviera leyendo un libro»–, entre otros. Y si realzo este rasgo de los personajes no es porque sí. Todos ellos son portadores de una historia, a veces enigmática o secreta, cuyas grandes líneas y sentido Nalo irá descubriendo y entendiendo en el desarrollo del relato, aunque todavía al final se reconozca como «aprendiz de todo», a pesar de tener ya en su hacienda personal «el ser encargado principal de un palacio, el estar enamorado de una musa de nombre Talía y el poseer para lectura y estudio toda una enciclopedia universal».
Con habilidad y elegancia, Argüelles salva el escollo en que a menudo encallan novelas de estas características: el costumbrismo fácil (sea histórico, ideológico, paisajístico, antropológico o folclórico). Y para ello el autor opera por elevación. Pues nos asomamos a ese mundo a través de la mirada ingenua y sorprendida de un joven que acaba de dejar atrás la infancia, la representación del mismo está levemente teñida de la fantasía y lo maravilloso propios de una cabeza infantil (sorteando, por fortuna, el manido realismo mágico), donde bullen multitud de imágenes y analogías que a su vez dibujan ese mundo evocado en «palabras de siete entendimientos» –como las que empleó el abuelo, cuando le reveló su historia a Nalo–, que encierran la referencia y su interpretación. Conforme crece y perfecciona su oficio de jardinero, el joven descubre su verdadera vocación al revelársele «la posibilidad de la creación de formas y circunstancias nuevas a partir de las que ya nos eran mostradas». Toda una premisa que tiene una lectura metaficcional ya que, al cabo de su periplo, este joven aprende que la escritura puede ser el medio de multiplicar los momentos.
El otro mecanismo que sirve para elevar el relato muy por encima del vuelo raso predominante en nuestro actual panorama narrativo tiene que ver con la calidad de los episodios (momentos) seleccionados para ilustrar ese proceso de aprendizaje a cuyo término Nalo descubre el cuerpo, el amor, el mecanismo de los sentimientos, las leyes del determinismo, el lenguaje de la naturaleza o el sentido de la Historia. Porque al simple relato de hechos, Argüelles agrega siempre la repercusión de los mismos en la conciencia del personaje, creándose así una doble capa que otorga densidad y hondura a una historia jalonada por lo que podemos llamar la poética de la multiplicidad de los momentos.
El joven Nalo advierte ya muy pronto que un momento pueden ser dos, o que una cosa son los objetos y otra las circunstancias, y sospecha de «los accidentes» de lugar y tiempo tanto como de «la aritmética» de los momentos (expresada inicialmente su representación del mundo con el precario bagaje escolar); una sospecha que, con el paso de los años, según crece, se convierte en certeza y a la vez en signo de la complejidad de la vida, plagada de dualismos y desdoblamientos, que narrativamente se traduce en el paralelismo, a veces invertido, que liga algunas de estas historias, abocada cada una de ellas a desenlaces contrastantes. Así ocurre cuando por primera vez entra en el palacio azul y es entrevistado (puesto a prueba) por el ingeniero Hendrick, cuando su hermana Lucía le explica todo lo referente al sexo y al amor, cuando explora el cuerpo de la señorita Elena, cuando se proclama la Segunda República y ve revivir a su abuelo, o ante aquellos días del «tiempo desarreglado», cuando la revolución de octubre de 1934, suceso culminante tras el cual sobreviene la muerte y la diáspora o la claudicación.

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